miércoles, 30 de octubre de 2013

La tan anhelada PAZ

LA TAN ANHELA PAZ
Por: Carolina Martínez

Es absolutamente claro que no todos estamos dispuestos a ingerir cicuta como lo hizo Sócrates, ni que tampoco vamos a resistir las humillaciones de aquellos “aprovechados del poder” con una actitud meramente pasiva; es más me atrevo a decir que cualquiera de nosotros en una situación de absoluta ira e intenso dolor, en donde la injusticia es la principal protagonista, preferimos tomar la justicia por nuestras propias manos, siendo capaces de hacernos matar peleando, antes que seguir padeciendo el dolor que aquellos actos causan en nuestro corazón.

Las víctimas del conflicto armado colombiano, quieren borrar ese pasado violento de su cabeza, quiere cambiar la historia del país y ahora solo sueña con que por fin en Colombia se pueda vivir en PAZ. Ellos les reclaman a estos actores del conflicto armado, el por qué ellos se dejaron cegar por la violencia, convirtiéndose en personas violentas, monstruos sanguinarios, generando así un capítulo de la historia colombiana, que vio morir a sus próceres, a sus luchadores, solo porque pensaban diferente. Este capítulo de violencia y de desolación, hizo que una generación de colombianos, en su mayoría jóvenes, saliera del país, para radicarse en el exterior, buscando nuevas oportunidades, pero sin la necesidad de dejar de pensar en patria, pues su gran sueño es regresar a una Colombia en Paz.  

Estos jóvenes exiliados por la violencia, por la falta de oportunidades académicas y laborales, están cansados de que los tildes de narcotraficantes, ladrones, drogadictos y terroristas. Ellos quieren regresar a Colombia, pero a una Colombia en paz, una Colombia que ya no calle mas los crímenes del conflicto armado Colombiano, sino que anhelan regresar a una patria que no vea la necesidad de alzarse en armas para pedir justicia; porque algo sí es cierto: estos jóvenes colombianos perdonan, pero no olvidan.   

Es válido aclarar que en Colombia, un gran porcentaje de su población, es población rural, la cual se ha visto fuertemente afectada por el conflicto armado que vive el país desde hace un poco más de 20 años; es por ello que su situación actual es de pobreza. Este porcentaje poblacional, que se ha visto gravemente afectado por la guerra, no ha dejado su pujanza de lado, y no se han convertido en esos personajes que dejan que todo pase, sino que por el contrario, son personas que a pesar de haberlo perdido todo y haber quedado en una situación de pobreza, no se resignan ser pisoteados, no se quieren convertir en un “pueblo indómito”, pues ellos quieren seguir luchando, quieren seguir en su pie de lucha por la paz y porque se haga justicia frente a esos crímenes atroces que padecieron en carne propia.

Me atrevo a decir que es culpa nuestra que en Colombia aún persista la anomalía, única en América Latina, de grupos guerrilleros y contra guerrilleros (paramilitares); anomalía que ha generado una tragedia inmensa. Pero esto lo único que demuestra es que el pueblo colombiano, no es un pueblo pasivo ni mucho menos resignado. La historia colombiana, para bien y para mal, ha descrito a los colombianos, como un pueblo pujante, echado para adelante, que nunca se queda callado, que reclama, que busca opciones para salir adelante, pero por esos mismos rasgos de verraquera, es que esa lucha se ha ido tiñendo de sangre, convirtiendo esa virtud en un grave defecto llamado basado en el odio.

El gobierno Colombiano, por fin reconoció en días pasado que en Colombia se tiene un conflicto interno fuerte, y así mismo acepto sentarse a dialogar con la guerrilla de las FARC, sin embargo, ahora ambas partes tienen que tomar decisiones importantes, que hacen que el país se fragmente mucho más de lo que ya está. Por una parte el gobierno tiene que analizar si continua emprendiendo acciones militares que lleven al exterminio de aquellas células guerrilleras que no quieren entrar a dialogar, o si se hace un cese de actividades militares en ciertas zonas, con el fin de que esas células guerrilleras que aún no han entrado en el dialogo, lo vean como una buena salida y por ende entreguen sus armas; para que de esta forma se les pueda aplicar la ley de justicia y paz, tal y como sucedió en Ralito con los paramilitares, buscando siempre una reparación REAL y EFECTIVA de las víctimas del conflicto armado, o sea de la población civil. Así mismo la guerrilla tiene que entrar a analizar si continua con su actuar delictivo a través de sus bien conocidos ataques terroristas, o más bien opta por seguir con la invitación al dialogo, la liberación de los secuestrados y el resarcimiento de las víctimas; esto con el fin de encontrar la tan anhelada PAZ.    

Es preferible que en Colombia nazca un partido bolivariano, que sea liderado por personas políticamente activas como Piedad Córdoba, Gustavo Petro o por el mismo Navarro Wolf; a que se siga con esta guerra que lo único que está pariendo son más hijos huérfanos que ahora claman por la PAZ. Pero el gran temor que existe es que el odio de las antiguas generaciones se siga acumulando y que por ende se continúe en una lucha infame y con una contrainsurgencia que siga con las mismas prácticas que llevan al extermino de partidos políticos, desaparecidos y asesinatos de todo aquello que huela a protesta social; si se sigue entonces por ese camino, la herida de Colombia nunca va a sanar, sino que por el contrario va a seguir sangrando por eternidades.  

Para que odio pare y para que en realidad Colombia salga de ese círculo vicioso de violencia y extermino, es necesario que la guerrilla de él primer paso, liberando a todos sus secuestrados, retirándose entonces en franca lid, de la guerra, para que  ese modo   declaren de modo unilateral la suspensión de la lucha armada, demostrándole así al pueblo colombiano que en realidad han escuchado sus peticiones de PAZ. Pues ahora lo que se respira es una total incertidumbre por parte del pueblo colombiano, que ya no confía en ninguna de las partes (bien sea gobierno o guerrilla), y que lo único que espera es que por fin se logre la tan anhelada PAZ.



LA MARCHA DE LAS BATAS BLANCAS

LA MARCHA DE LAS BATAS BLANCAS TAMBIÉN SE HIZO PRESENTE EN ARGENTINA
Por: Carolina Martínez
¡ALERTA, ALERTA, ALERTA QUE CAMINA LA LUCHA DE LA SALUD POR EL DERECHO A LA VIDA!

Así se pronunciaron los médicos colombianos residentes en Argentina, en apoyo a la movilización en contra de la reforma de la salud en Colombia.

Todos con sus batas blancas, acompañados de pancartas y pitos, se fueron acercando a la convocatoria realizada por las redes sociales, como una muestra de apoyo a la movilización del sector salud en Colombia. Eran más de 30 médicos, quienes con arengas que indicaban su descontento con la reforma y con los comentarios realizados en días pasados por parte del ministro de salud colombiano.

La mayoría de ellos, pretende regresar a Colombia cuando terminen sus estudios, sin embargo ahora no saben qué hacer, pues si antes el panorama era gris oscuro, ahora lo ven negro; consideran que la reforma no soluciona ninguno de los problemas que ya se venían incrementando con la bien conocida y odiada Ley 100, sino que más bien estos se incrementaron.

Su descontento es con el monopolio de las EPS, que ahora son “gestoras”, ellos que son los que mejor conocen el sistema, aseguran que con esto no se va a solucionar el problema de la corrupción y mal manejo de los dineros de la salud por parte de las “EPS”, sino que más bien con esto se le está dando vía libre a la corrupción que existe dentro del sistema; de la misma manera cuestionan la falta de plazas académicas para realizar las especializaciones, y no están de acuerdo con que sean ya los hospitales quienes manejen dicho concepto, pues son los hospitales y las clínicas quienes se deben de ocupar de prestar los servicios de atención a los pacientes y las universidades las de brindar ese servicio de formación profesional, además en este punto son muy claros en decirle NO a la reforma, ya que consideran que con esta propuesta, lo que se está buscando es bajarle la calidad a la prestación del servicio, porque sale mucho más económico para el sistema tener contratado a un especialista en formación que a un especialista ya formado desde la academia y la practica como es ahora; si bien en este sentido hay un problema agudo que es la falta de plazas académicas para las residencias, los mismos médicos dicen que esta no es la solución, la verdadera solución que ellos proponen es abrir más cupos y bajarle a los requisitos tan arduos que existen en la actualidad.

Frente al tema de la tutela y el nuevo POS, los galenos en realidad se preocupan, pues con estos dos puntos no se da solución a la agonía del sistema, sino que por el contrario aceleran la muerte de los pacientes, quienes pierden los pocos derechos que poseían y que ahora pasan a convertirse en un privilegio para quienes tienen una capacidad de pago, lo que en sí es una privatización de un derecho, que debería ser considerado como publico y esencial, por su conexidad con la vida.


El cuerpo médico residente en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, dejo claro que ahora más que nunca todo el sector salud debe seguir unido, para lograr de esta manera que la reforma a la ley 100 sea tumbada y que por lo tanto sus necesidades como trabajadores del sector salud y los derechos de los pacientes sean escuchados, y así se pueda prestar un mejor servicio de salud en Colombia. 

miércoles, 3 de abril de 2013

JUAN JOSE HOYOS, EL PLACER DE ESCRIBIR, ESCRIBIRLO Y LEERLO



Foto archivo Universidad de Antioquia, Facultad de Comunicación Social y Periodismo
 
Marianne Ponsford escribió en el prólogo de una antología suya llamada “el libro de la vida”: “Son micro ensayos, cuadros delicados, instantáneas literarias, reflexiones que parten del hombre, pasan por el tamiz de la literatura y retornan al hombre. Son actos de fe en la palabra escrita”.
Palabras que describen no solo la narración que caracteriza a Juan José Hoyos Naranjo, sino que lo describen a él.



Catalogado como el mejor cronista colombiano de la década de los años 80, por su colega, el periodista German Castro Caicedo.

Es muy probable que después de haber llegado a la edad de la jubilación, Juan José invierta su tiempo en ver caer las flores amarillas de los guayacanes que invaden la ciudad de Medellín, pues eso le recuerda su niñez en el Barrio Aranjuez, en la comuna nororiental de la capital paisa.

Su niñez se desarrolló en el oriente de Medellín, lugar al que llego en 1953, año de su nacimiento. Ahí quedaron sus mejores recuerdos, los que le definieron su vocación periodística, su gran sensibilidad para escribir crónicas, novelas y su sobre todo, su amor por la docencia; pasiones que lleva tatuadas en su ser.
Las grandes marcas de su niñez, las obtuvo de diferentes episodios que vivió en su escuela, lugar donde aprendió a leer y a escribir de la mano de su profesor, un arriero de pura cepa; con él también aprendió a apreciar la belleza de las mujeres, que sin maquillaje,  se asemejan a las flores de los balcones de las grandes casonas de los parques de Medellín. 

En su juventud disfrutó de los parques, los cafés, las heladerías, el cine, el bolero y hasta el mismo tango. Experiencias que le llenaron su imaginación de relatos e historias que se tejían a diario entre los transeúntes que pasaban por su frente, en su barrio, en su ciudad. 

En plena adolescencia Juan José tomo una de las decisiones más claras de su vida: se declaró agnóstico, a pesar de estar cursando su secundaria en un colegio católico en el Municipio de Itagüí, pues si bien allí aprendió a apreciar y a disfrutar la literatura universal, también encontró argumentos para revelarse contra el sistema eclesiástico y alejarse de la Iglesia Católica.

Cuando dio el paso a sus estudios universitarios divagó un poco entre la arquitectura y la sociología, pero su pasión por la lectura y su amor profundo por la escritura lo llevaron a decidirse por estudiar periodismo en la Universidad de Antioquia. Mientras cursaba esta carrera, conoció al escritor Manuel Mejía Vallejo, un suceso que le cambió la vida, porque como el mismo lo dice: “Él me impresiono mucho como persona y fue el gran escritor vivo que conocí, porque los demás que había conocido eran valiosos, pero no tan valiosos para mí, pues Vallejo tiene un mundo muy propio, muy de él”.


El periodista, el cronista y reportero

Mientras se desempeñaba como corresponsal para Medellín, del periódico bogotano El Tiempo, fue marcando diferencia en el periodismo informativo, desempeñándose como un gran cronista y reportero, logrando cautivar al lector con sus historias, las cuales eran contadas en primera persona, imponiendo de esa manera un estilo llamativo. Sus escritos marcaron un hito en el periodismo narrativo colombiano; entre los mas  recordados se encuentran: “Un fin de semana con Pablo Escobar”, “Un beso antes de morir”, “La guerra del corazón y la cruz”, la historia de la familia del futbolista John Jairo Trellez, la crónica sobre la grabación de la película del cineasta colombiano Víctor Gaviria “Rodrigo D. No futuro” y  “La fiebre y maldición del oro en Remedios”, una población del departamento de Antioquia.
Juan José ama el periodismo, él mismo lo dice; sin embargo tuvo momentos en los cuales se contrarió fuertemente con los patrones del periodismo informativo, que no permiten el desarrollo de la imaginación, por estar aferrados a un discurso netamente objetivo. Es por ello, que se exiliaba en la escritura, en la narración de historias, siguiéndole la recomendación al periodista polaco Ryzard Kapuscinski, trabajando en ese “doble taller”, para no perder la costumbre de la escritura; de esta manera llegó el libro: “El cielo que perdimos”.

En los momentos de la escritura de su libro, Juan José se dio cuenta que el periodismo colombiano estaba quitándole espacio a la crónica; fué en ese  instante en el que decidió renunciar a su labor como corresponsal del periódico El Tiempo, para darle cumplimiento a la promesa que le había hecho a su amigo Ernesto Sábato, quien en una visita a Medellín, le había hecho jurar que iba a dejar de lado la labor periodística, pues esta prostituye el alma, al no dejar plasmar en los diarios historias sensibles, para darle mayor espacio a los hechos que son considerados noticias. 

La historia de su renuncia la plasmó en el prólogo de su libro de crónicas  “Sentir que es un soplo la vida”; ahí, en ese prólogo, cuenta con nostalgia como los periódicos colombianos se olvidaron de la lección de Scheherazada en “Las mil y una noches”: las historias son poderosas. «Si la joven escapó a su destino fue porque supo cómo esgrimir el arma del suspenso, el único recurso literario que surte efecto ante tiranos y salvajes».

Los libros y la docencia

Ser profesor ha sido la actividad que más ha marcado su vida, su esencia. En clase, su palabra más repetida era: IMÁGENES, “hile el texto a punta de imágenes”. Frase que no solo deja plasmada en sus alumnos, sino que también plasma en su prosa, en su narración: "Las ratas salen de sus madrigueras y tratan de cruzar las calles, desafiando los carros que pasan, en busca de comida. Algunas mueren en su intento, bajo las ruedas de un taxi, otras logran refugiarse en algún lote abandonado, en una bodega o en un parque. Pero las ratas no son las únicas que se han quedado solas en el barrio desde el día que se fueron los vendedores de alimentos de "El Pedrero": asomadas desde los balcones de los hoteles o las ventanas de las pensiones, las prostitutas miran la gente que pasa; algunas leen fotonovelas, sentadas en las escaleras que dan a la calle" (Juan José Hoyos. “La última muerte en Guayaquil”. El Tiempo, 16 de septiembre de 1984)

Luego de haber renunciado a ser periodista de tiempo completo del periódico El Tiempo, Juan José, empezó a dar sus primeros pasos en la academia. Su salón de clases estaba en la misma facultad de la cual se gradúo tiempo atrás, la Facultad de Comunicación social y Periodismo de la Universidad de Antioquia. En ese lugar volvió a encontrar ese refugio que había perdido, el refugio en los libros, las historias y la escritura.

En sus cátedras siempre contaba una historia anecdótica, hacía que sus alumnos viajaran con él en el tiempo, se metieran de lleno en la historia, se creyeran personajes y disfrutaran obviamente de la escritura de esa nueva historia, que surgía de aquel relato que el “profe Juan José” les había contado en esas dos horas de clase. Una de las historias que más impacto generó entre sus alumnos, fue la del tambor hurtado de la tribu indígena Emberá Katios, “¡Que devuelvan el tambor!”, con la cual les demostraba a sus nuevos aprendices que las historias bien contadas, le dan a las palabras un gran poder; pues al final el tambor regreso a las manos de su dueño. 

La mayoría de sus alumnos, eran estudiantes regulares de la carrera de Comunicación Social y Periodismo, pero como su vocación docente era algo innato, se convertía en profesor de  todo aquel que quisiera aprender de él. Un día en su casa de descanso, en las afueras de la ciudad de Medellín, le enseñó a su amigo Iván Gaviria, a ver los muertos a través de la lectura; al principio Iván estaba un poco incrédulo, pero cuando Juan José le leyó un párrafo de algún libro, Iván le creyó y aprendió que sí era posible hablar con los muertos a través de los ojos, a través de la lectura. 

El “profe Hoyos”, otro de los apodos que le tenían sus alumnos, era un apasionado por la lectura;  creció en una familia amante de los libros, él recuerda que la única herencia que su abuelo Juanito Hoyos le dejo a su padre, fue un diccionario Larousse. Pero a él le dejo la mejor de las herencias: el amor por los libros y la escritura.

Ese amor por los libros lo saco de muchas dudas, en ellos siempre encontraba la respuesta; los libros siempre fueron y serán esa mano amiga que más se necesita en un momento de ayuda. Como lo dijo Emily Dickinson: “hablando de los libros y de los poemas, ellos son la pequeña palabra desbordante / de la que nadie oyéndola diría / que esconde amor o lágrimas / pero aunque pasen las generaciones / maduren las culturas / y decaigan / sigue diciendo".  Así mismo lo afirma Juan José. 

Como todo amor da frutos, que algunos suelen llamar hijos, ese gran periodista, escritor de crónicas, también escribe buenas historias, buenos hijos, que son parte de la literatura colombiana. En sus ratos libres se dedicaba a escribir historias, que después harían parte de sus libros; entre los más destacados estan: “El oro y la sangre”, un reportaje con el que gano el ganó el Premio Germán Arciniegas en 1994. Más adelante publicaría una de sus más preciadas joyas, “Escribiendo historias, el arte y el oficio de narrar en el periodismo”, un libro que cuenta los secretos del arte de narrar historias que logren involucrar al lector dentro de las mismas. En su libro “Viendo caer las flores de los guayacanes”, recopila las mejores crónicas publicadas en el periódico El Colombiano.
Sus libros y sus relatos son tan propios de la literatura colombiana, con una narrativa tan mágica, que su libro “Tuyo es mi corazón”, fue convertido en una telenovela bajo el mismo nombre. 

El futbol y su amor por el Deportivo Independiente Medellín “DIM”

Juan José es un hombre común y corriente, que prefiere pasar de bajo perfil, caminando por su Medellín, tomándose un café o una cerveza con sus amigos, hablando, conversando, haciéndole alarde a su pasión, la de contar historias y obvio, la de hacerle fuerza a su equipo de futbol. 

Es un fiel hincha del equipo del pueblo de su ciudad natal, Deportivo Independiente Medellín “DIM”. Esta pasión y amor, la demostró desde que era muy pequeño, ya que recitaba a la par el catecismo del padre “Astete” y la alineación de su equipo; pues si podía rezar para entrar rápido a la escuela como era la obligación en ese tiempo, también podía rezar para que su equipo quedara campeón. 

Se autoproclama un perdedor, pues en la vida se ha ganado una rifa; según él, esta mala racha de suerte tiene que ver por ser un hincha incondicional del DIM, el equipo del pueblo; un equipo al cual los hinchas del otro equipo de la ciudad, El Nacional, le dicen el equipo de los perdedores. 

El primer álbum que llenó, fue el del equipo de su época de niño, con las laminitas de “el Caimán Sánchez, Pedro Roque Retamoso, Antonio Pécora, Felipe Marino y toda esa gente.” Lo recuerda muy bien, pues le gustaba admirar esas “laminitas”, ya que eran las fotos en primer plano de la alineación que sabía recitar al igual que las lecciones de la escuela. Esta pasión por su equipo la compartía de igual manera con su hermano Gabriel, con quien en las noches sostenía largas conversaciones sobre el DIM y las alegrías que su equipo les brindaba cuando juagaba un partido, porque sus jugadores se lucían en la cancha, haciendo goles desde la mitad, así como los que solía hacer Ricardo José María Ramaccioti.

Jugó futbol en las canchas de los  barrios  Aranjuez y Santa Cruz, se convirtió en un medio campista de los “tesos”, “calidosos”, por su buen estado físico, que le permitía recorrer la cancha de arriba abajo, en todos los 90 minutos que duraban los encuentros futbolísticos, en los cuales participaba.
Cuando vivió en Itagüí, jugo un campeonato de futbol, en el cual con su equipo, Instituto de Credito Territorial, no perdió ni un solo partido. De ese equipo él y sus amigos, pasaron a ser parte de las líneas inferiores del DIM; allí Juan José jugó y gozó parejo, disfrutó de su gloria deportiva y vio como amigos suyos cumplían el sueño de llegar a ser titulares de su amado equipo. Rafael, su gran amigo, se convirtió en portero y Willian, su hermano, llegó a ser titular de la selección Colombia.
Años después abandonó el futbol, pues sus estudios universitarios le acarreaban mayor dedicación, y como él mismo lo dice, empezó a ser parte de la nómina de otro equipo, el equipo de los periodistas. 

Sin embargo, casi treinta años después, sigue apoyando a su equipo; acude pocas veces al estadio, pues le teme a los enfrentamientos de las barras bravas del Nacional y del DIM, y, para evitar riesgos prefiere no ponerse “la roja”, como le suelen llamar a la camiseta del DIM. Por eso prefiere hacerle fuerza a su amado Medellín en su casa o en  “Los Manguitos”, una tienda de barrio, lugar en donde se encuentra con amigos como Jorge Martínez, un santandereano que comparte su amor por el Deportivo Independiente Medellín, con quien discute los partidos, critica las alineaciones y comparte la ilusión de ver coronarse campeón a su equipo por sexta vez. 

Su álbum de láminas, se perdió en alguno de sus tantos ires y venires; pero un día después de que el DIM se ganara la tercera estrella contra el Deportivo Pasto, decidió ir a buscar a su amigo de infancia Ignacio Díaz, un hincha fiel como él, pero que sí tiene un álbum con todas las mejores fotos de su equipo, un álbum de esos que cuenta la historia del equipo, a punta imágenes y de recuerdos tan sagrados como las colillas de los boletos de entradas al estadio. En total son más de 40 años de historia contenidos en un libro de contabilidad, que será heredado por el hijo de su amigo, por Federico, otro joven hincha del DIM, que comparte y entiende ese amor que se tiene por un equipo de “perdedores”,  por el equipo rojo de la montaña.

Entre las crónicas, los reportajes, las historias, las novelas y el fútbol, se describe a Juan José Hoyos, un periodista paisa, que habla con los muertos cuando lee libros pero que además, saluda a sus lectores a través de sus historias, que hacen que la vida se pase en un soplo. Un hombre de bajo perfil, un hombre que le cumplió la promesa a su amigo Ernesto Sábato y se retiró temprano del periodismo, para dedicarse a lo suyo, a la escritura mágica.

miércoles, 13 de marzo de 2013

EL OLVIDO QUE SEREMOS, UNA HISTORIA, UN RECUERDO, UN PAIS


Reseña libro: El Olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince, Bogotá, Editorial Planeta, 2006, 272 p.

“Hasta el 25 de agosto de 1987 en que dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo frente al Sindicato de Maestros de Medellín. Tenía 65 años, vestía saco y corbata, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, “Epitafio”, acaso un apócrifo, y cuyo primer verso reza: “Ya somos el olvido que seremos...”

Obra literaria que recoge los momentos más íntimos de su autor, aquellos que reservo durante veinte años, mientras descubría el tono propicio para abordar el asesinato de su padre, sin recurrir al melodrama como género literario para contar su historia de vida.

De Agamenón hasta este tiempo, el padre es quien hace la guerra, quien genera el orden frente al caos, la figura de autoridad frente a la desobediencia; y si no es el mismo Dios, pues es él quien negocia con los demás dioses sobre el tema. Aquel ateniense sacrifica a Ifigenia para que el viento suba el calor de las venas, quien es patriarca propone y dispone, pues el padre es la ley y su patria es su territorio; sin embargo hasta este mismo orden sufre fuertes cimbronazos cuando de violencia se trata.
Acabar con el padre fue lo que predestino la escuela del psicoanálisis y Alexander Mitscherlich, de la Escuela de Frankfurt, fue quien exploró la ausencia de la paternidad en la sociedad alemana de la Posguerra. Ese relato del padre en occidente se refleja en su complejidad desde la tragedia misma, pues su carga ideológica en torno a la figura misma, no solo llama la atención, sino que también es bienvenida, ya que la paternidad siempre logra brillar por su ausencia en la cotidianidad de la vida familiar.
Veinte años después de la muerte de Héctor Abad Gómez, padre, quien fue tiroteado y asesinado en una calle de la ciudad de Medellín, por sicarios a sueldo, su hijo, Héctor Abad Faciolince, encontró la voz y el tono necesario para afrontar este reto personal que se sobrepone en su libro El olvido que seremos.

El asesinato del padre, el eje central de la obra, muestra también una orfandad existencial, que surge luego de su ausencia física. Durante la narrativa el autor experimenta un res- quebramiento de sus certezas; sin embargo se puede leer un fuerte reclamo, una protesta dirigida a Dios, desde una actitud dialogante, pero que a su vez parte de una rebeldía que es un producto de una gran decepción. La historia muestra ese homenaje que el mismo hijo le hace a su padre, al héroe de su vida, quien era una figura de corazón generoso, compasivo y tolerante, ese medico humanista, catedrático, consultor de la OMS, obsesionado con la medicina preventiva y la extensión de la salud pública a todos los rincones del país, un fuerte defensor de los derechos humanos, quien en vida batalló hasta el cansancio por la tolerancia, la paz y la justicia; ese hombre que en momentos de rabia se encerraba a escuchar los sonetos de Bach y Beethoven, como mecanismos de sanación; confiaba en el amor a rajatabla, en el amor por la vida ante todas las cosas, por los hijos y sobre todo por la justicia.
La escritura, la memoria, la pasión de Héctor Abab Faciolince, necesitaron enfrentarse a esa hoja en blanco, para poder abordar el proceso de escritura de esa fuerte pérdida, la pérdida de esa figura ejemplar que era su padreMe saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como uno se saca un tumor”.
No existe duda alguna que el tiempo fue el mejor aliciente y que no solo le ayudo a Héctor A. Faciolince a mejorar su trazo literario, sino que también lo llevo a encontrarse en el momento y en el lugar indicado para sacar de sí mismo la mejor prosa para hacerle una buena dedicatoria a su padre, a su legado. Pues a diferencia de lo que se puede leer en Joseph Roth quien sostiene: “Yo no tuve padre, en el sentido que nunca lo conocí”, el narrador colombiano demuestra todo lo contrario al escribir en su libro apartes como: “Amaba a mi padre por sobre todas las cosas... Amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor... Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo”.
Tal y como lo describe Héctor Abad Faciolince en su libro: “ La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá se pudiera morir, y por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él llegaba a morirse”, pero después de la lectura es posible imaginarse y entender a ese adulto que sostuvo la sangre de su padre al momento de su trágica muerte, quien en ese momento en lo único que pensó era en no tirarse al rio Medellín, sino en seguir adelante con su pena al hombro, pero con una misión importante en su vida: Encontrar un lugar en el mundo, un mundo en el cual su padre ya no estaba físicamente, sino espiritualmente por así decirlo.
La historia obtiene su grandeza a partir de aquella extrañeza en dónde se pregunta frecuentemente sobre la existencia de esa figura paternal amorosa, que carcajea con sus hijos, que llora con ellos cuando la tristeza abunda en el ambiente, aquel que canta de alegría y escribe poemas inspirados en la belleza de sus muzas, sus hijas y su esposa. Así como también se puede observar como en una familia antioqueña de pura cepa, aun se daba la existencia de un gineceo, en donde el dinero y el presupuesto familiar era vocación de la madre, algo totalmente atípico en la sociedad antioqueña; pues las estadísticas demostraban que dichos roles eran completamente opuestos, el cariño y los mimos eran solo de las madres y el dinero y dirección del hogar era una actividad netamente masculina.  Es aquí entonces donde ese padre muerto logra convertirse en un símbolo representativo para la obra, ya que su ausencia muestra esa transición drástica que ocurre cuando se cierran la infancia y la juventud, pues antes de este suceso la vida del autor está colmada por certezas y alegrías alcahueteadas en su mayoría por ese padre comprensivo que basaba la crianza de sus hijos en la felicidad de los mismos.
El autor con su relato, logra lo que quería Nietzsche escribir “para sobreponerse a la realidad”, es por esto que el resultado se resume en una historia verídica del médico Héctor Abad, contada con los recursos de la novela, carta, testimonio, documento, ensayo y biografía; cuarenta y dos capítulos que son la saga de la familia del escritor, iluminando la historia de Colombia de las últimas décadas desde el lugar del amor y la justicia, aunque sin poder evitar la pregunta con la que comienza y termina el libro. El porqué de la muerte.  
La vida es una herida absurda, dice el tango, ése que tanto le gustaba cantar al doctor Abad. Pero la vida no tiene cura. Ya lo dijo Artaud.
Relatar el pasado es un gran esfuerzo que le devuelve la unidad a su historia de vida, desde el ejercicio que re-estructura la conciencia, con la única finalidad de reconstruirse a sí mismo, buscando de esta manera un lugar en el mundo.
EL OLVIDO QUE SEREMOS construye al padre en un tiempo eterno que justifica su estancia en la tierra bajo el dialogo con esa figura de autoridad que solo proviene de la seguridad y la certeza que se posee al hablar con dulzura y franqueza sobre los temas familiares, pues al menos con esta autobiografía nadie osará en robarle de nuevo el tiempo a aquella figura paternal que fue Héctor Abad Gómez para su hijo Héctor Abad Faciolince.