Reseña libro:
El Olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince,
Bogotá,
Editorial Planeta, 2006, 272 p.
“Hasta el 25 de
agosto de 1987 en que dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo
frente al Sindicato de Maestros de Medellín. Tenía 65 años, vestía saco y
corbata, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges,
“Epitafio”, acaso un apócrifo, y cuyo primer verso reza: “Ya somos el olvido
que seremos...”
Obra
literaria que recoge los momentos más íntimos de su autor, aquellos que reservo
durante veinte años, mientras descubría el tono propicio para abordar el
asesinato de su padre, sin recurrir al melodrama como género literario para
contar su historia de vida.
De Agamenón
hasta este tiempo, el padre es quien hace la guerra, quien genera el orden
frente al caos, la figura de autoridad frente a la desobediencia; y si no es el
mismo Dios, pues es él quien negocia con los demás dioses sobre el tema. Aquel
ateniense sacrifica a Ifigenia para que el viento suba el calor de las venas,
quien es patriarca propone y dispone, pues el padre es la ley y su patria es su
territorio; sin embargo hasta este mismo orden sufre fuertes cimbronazos cuando
de violencia se trata.
Acabar con
el padre fue lo que predestino la escuela del psicoanálisis y Alexander Mitscherlich,
de la Escuela de Frankfurt, fue quien exploró la ausencia de la paternidad en
la sociedad alemana de la Posguerra. Ese relato del padre en occidente se
refleja en su complejidad desde la tragedia misma, pues su carga ideológica en
torno a la figura misma, no solo llama la atención, sino que también es
bienvenida, ya que la paternidad siempre logra brillar por su ausencia en la
cotidianidad de la vida familiar.
Veinte
años después de la muerte de Héctor Abad Gómez, padre, quien fue tiroteado y
asesinado en una calle de la ciudad de Medellín, por sicarios a sueldo, su
hijo, Héctor Abad Faciolince, encontró la voz y el tono necesario para afrontar
este reto personal que se sobrepone en su libro El olvido que seremos.
El
asesinato del padre, el eje central de la obra, muestra también una orfandad
existencial, que surge luego de su ausencia física. Durante la narrativa el
autor experimenta un res- quebramiento de sus certezas; sin embargo se puede
leer un fuerte reclamo, una protesta dirigida a Dios, desde una actitud
dialogante, pero que a su vez parte de una rebeldía que es un producto de una
gran decepción. La historia muestra ese homenaje que el mismo hijo le hace a su
padre, al héroe de su vida, quien era una figura de corazón generoso, compasivo
y tolerante, ese medico humanista, catedrático, consultor de la OMS,
obsesionado con la medicina preventiva y la extensión de la salud pública a
todos los rincones del país, un fuerte defensor de los derechos humanos, quien
en vida batalló hasta el cansancio por la tolerancia, la paz y la justicia; ese
hombre que en momentos de rabia se encerraba a escuchar los sonetos de Bach y
Beethoven, como mecanismos de sanación; confiaba en el amor a rajatabla, en el
amor por la vida ante todas las cosas, por los hijos y sobre todo por la
justicia.
La
escritura, la memoria, la pasión de Héctor Abab Faciolince, necesitaron
enfrentarse a esa hoja en blanco, para poder abordar el proceso de escritura de
esa fuerte pérdida, la pérdida de esa figura ejemplar que era su padre “Me saco de adentro
estos recuerdos como se tiene un parto, como uno se saca un tumor”.
No existe duda alguna que el
tiempo fue el mejor aliciente y que no solo le ayudo a Héctor A. Faciolince a
mejorar su trazo literario, sino que también lo llevo a encontrarse en el
momento y en el lugar indicado para sacar de sí mismo la mejor prosa para
hacerle una buena dedicatoria a su padre, a su legado. Pues a diferencia de lo
que se puede leer en Joseph Roth quien sostiene: “Yo no tuve padre, en el sentido que nunca lo conocí”, el narrador
colombiano demuestra todo lo contrario al escribir en su libro apartes como: “Amaba
a mi padre por sobre todas las cosas... Amaba a mi papá con un amor animal. Me
gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor... Me gustaba su voz, me
gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su
cuerpo”.
Tal
y como lo describe Héctor Abad Faciolince en su libro: “ La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá se
pudiera morir, y por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él
llegaba a morirse”, pero después de la lectura es posible imaginarse y
entender a ese adulto que sostuvo la sangre de su padre al momento de su
trágica muerte, quien en ese momento en lo único que pensó era en no tirarse al
rio Medellín, sino en seguir adelante con su pena al hombro, pero con una
misión importante en su vida: Encontrar un lugar en el mundo, un mundo en el
cual su padre ya no estaba físicamente, sino espiritualmente por así decirlo.
La
historia obtiene su grandeza a partir de aquella extrañeza en dónde se pregunta
frecuentemente sobre la existencia de esa figura paternal amorosa, que carcajea
con sus hijos, que llora con ellos cuando la tristeza abunda en el ambiente,
aquel que canta de alegría y escribe poemas inspirados en la belleza de sus
muzas, sus hijas y su esposa. Así como también se puede observar como en una
familia antioqueña de pura cepa, aun se daba la existencia de un gineceo, en
donde el dinero y el presupuesto familiar era vocación de la madre, algo
totalmente atípico en la sociedad antioqueña; pues las estadísticas demostraban
que dichos roles eran completamente opuestos, el cariño y los mimos eran solo
de las madres y el dinero y dirección del hogar era una actividad netamente
masculina. Es aquí entonces donde ese
padre muerto logra convertirse en un símbolo representativo para la obra, ya
que su ausencia muestra esa transición drástica que ocurre cuando se cierran la
infancia y la juventud, pues antes de este suceso la vida del autor está
colmada por certezas y alegrías alcahueteadas en su mayoría por ese padre
comprensivo que basaba la crianza de sus hijos en la felicidad de los mismos.
El
autor con su relato, logra lo que quería Nietzsche escribir “para sobreponerse
a la realidad”, es por esto que el resultado se resume en una historia verídica
del médico Héctor Abad, contada con los recursos de la novela, carta,
testimonio, documento, ensayo y biografía; cuarenta y dos capítulos que son la
saga de la familia del escritor, iluminando la historia de Colombia de las
últimas décadas desde el lugar del amor y la justicia, aunque sin poder evitar
la pregunta con la que comienza y termina el libro. El porqué de la muerte.
La
vida es una herida absurda, dice el tango, ése que tanto le gustaba cantar al
doctor Abad. Pero la vida no tiene cura. Ya lo dijo Artaud.
Relatar
el pasado es un gran esfuerzo que le devuelve la unidad a su historia de vida,
desde el ejercicio que re-estructura la conciencia, con la única finalidad de
reconstruirse a sí mismo, buscando de esta manera un lugar en el mundo.
EL
OLVIDO QUE SEREMOS construye al padre en un tiempo eterno que justifica su
estancia en la tierra bajo el dialogo con esa figura de autoridad que solo
proviene de la seguridad y la certeza que se posee al hablar con dulzura y
franqueza sobre los temas familiares, pues al menos con esta autobiografía nadie
osará en robarle de nuevo el tiempo a aquella figura paternal que fue Héctor
Abad Gómez para su hijo Héctor Abad Faciolince.