¿Por qué el café tiene un sabor
distinto acá, donde todo me parece tan lejano, si es el mismo café que hacía mi
madre? ¿Y si de pronto, al cerrar los ojos y sentir
el líquido tocar mi lengua, pudiese sentir la mano de mi madre sobre mi hombro?
El mundo tiene cientos, miles,
millones de caminos que se alejan, se juntan, se separan y se pierden.
Nosotros, los caminantes, pensamos siempre estar seguros del lugar al que nos
dirigimos… Pero ¿Y si aquel recorrido se alarga más de lo necesario? ¿En qué momento
caemos en cuenta que, en un instante impreciso, caminamos de más y no sabemos
exactamente en dónde estamos? La mejor ruta para regresar es aquella que
utilizamos al partir.
Amar es un riesgo, una ruleta
rusa. Unas veces te salva, otras te condenan. Amar en la distancia es sentir
que, en cualquier momento, debes estar preparado para un “adiós”. Ese mismo
“adiós” que pronunciaron tus padres, hermanos y amigos al verte pasar la puerta
y perder tu silueta en la distancia. Un “adiós” que te obliga a pensar en el
presente sin soñar con el futuro.
Pero amar en la distancia es
también saber que se vive una aventura sin fin, donde los amantes son dos
respiros que se cruzan, se abrazan y se separan.
- ¿Recuerdas ese café? - Sí, lo recuerdo.
- ¿Recuerdas esa esquina? - Sí, la recuerdo.
- ¿Recuerdas la lluvia de aquella noche? - Sí,
la recuerdo y aún la siento caer.
Amar en la distancia es no olvidar
nunca la esquina donde besaste aquella persona por primera vez. Nunca olvidar
cómo la abrazabas para protegerla del frío y cómo ese personaje te cuidaba la
fiebre en una larga noche.
Nadie está preparado para
despedirse, aun cuando te esfuerces por tratar de parecer una roca
impenetrable.
Amar en la distancia es
comprender que esa persona llegó libre a aquel lugar recóndito y como tal debe
partir. En su maleta guardará la misma ropa que ha usado durante los últimos
siete años y un corazón ajeno. Un corazón que ha tomado prestado a término
indefinido.
¿Por qué el café tiene un sabor
tan distinto acá, donde todo me parece tan cercano, sí es el mismo café que
hacía él? ¿Y si de pronto, al cerrar los ojos y sentir el líquido tocar mi
lengua, pusiese sentir su cabeza recostada sobre mi hombro?
Amar no tiene un antes ni un
ahora. Amar no tiene un cerca ni un lejos. Amar sólo tiene a dos miradas que
por un instante se cruzaron, se abrazaron y continuaron recorriendo su camino.
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