“Confiar en la
percepción y escribir a partir del recuerdo de aquello que hemos olvidado…”
Carlos Ríos, El cuaderno
de Prypiat
Cada semana se publican novelas que rompen con el silencio que
guardan algunas convenciones narrativas, sin dejar de exaltar ese experimento
literario que nace al momento de enfrentarse con la hoja en blanco. La novela “El
Cuaderno de Pripyat”, tiene esa extraña cualidad de manejar el hilo
conductor de la historia de tal manera, que va llevando al lector a viajar a la
antigua URSS, invitándolo a imaginarse esa ciudad joven, que contaba con un
futuro promitente. Su autor, se apropia de la escritura, logrando entrelazar la
ficción con el análisis etnográfico y antropológico, basando
su historia en la mayor catástrofe radioactiva de la humanidad; generando de
esta manera que las voces del narrador y del personaje se entrecrucen con
aquellas imágenes que se espera que solo se repitan en la imaginación colectiva
de los lectores.
El Cuaderno de
Pripyat, del argentino Carlos Ríos, es uno de los pocos libros de literatura
argentina que he leído, desde que llegue a Buenos Aires. La lectura la comencé hace
unos días, en casa de unos amigos, mientras ellos disfrutaban de su tertulia al
lado de una buena botella de vino, yo me iba concentrando en el relato ficcional
sobre la perla moderna, la ciudad fantasma de Pripyat. Unas 95 páginas de una
historia, que me iban entretenido con el pasar del tiempo, invitándome a viajar
hacia aquella ciudad Ucraniana, que para ese entonces era la puerta de la
modernidad y de la mayor fuerza laboral.
En la historia no
hay una narración aburrida, sino que es más bien entretenida, pues el hilo conductor
de leyenda, se basa en la necesidad de querer encontrar ese lazo familiar
desconocido, pero que el cual se extraña y del que se anhela conocer más allá
de las fotos y de aquellos relatos familiares que suelen ser confusos en la
mayoría de los casos, ya que se basan en una serie de comentarios, fotos e
historias que no se saben si son verdad o mentira, pues el tiempo ha ido
generando esa brecha silenciosa, que hace que la misma familia pierda contacto
y convierta a aquellos ausentes en grandes misterios. Es por ello que ese
suceso en donde aparece aquel extraño video colgado en la página Web de
YouTube, hace que la lectura se abra más hacia lo misterioso del secreto y de
la suerte que corrió su tío, su esposa ucraniana y su único familiar Piotr,
aquel abril de 1986, en las tierras de Prypiat.
Ese paisaje melancólico,
lleno de tonos amarillentos y verdosos que genera la radioactividad, que
describe con claridad a la abandonada ciudad de Prypiat, como una ciudad anestesiada,
inmovilizada y adormecida por toda esas partículas toxicas que abundan en su
ambiente, hace que la narración no sea común, sino que más bien se logre
entremezclar con una especie de historia zombi, pues sus objetos y personajes
logran cobrar vida junto a aquellos restos de esa extraña y abandonada
localidad fantasmagórica.
La imágenes que se
van describiendo con el pasar de las hojas de la novela, describen un Prypiat
distanciado de la realidad por casi más de un milenio; pero Malofi, quien es el
conductor especial de esta historia, no pone atención en la soledad, ni mucho
menos de la tensión se siente en el lugar, sino que sigue adelante con su
misión, contando siempre con la ayuda de sus dos extraños guías, que suelen
tornarse peligrosos por sus asiduas actividades de caza y trafico dentro de la
zona de “exclusión”, buscando siempre seguir el rastro de su familia, el cual
se quedo perdido en una parte del tiempo, así como se quedaron suspendidas en
el aire las partículas de material radioactivo que salieron con la explosión
nuclear de Chernóbil.
El relato de los
hechos que construyen la novela, para su autor Carlos Ríos, van componiendo una
historia que cuenta con la presencia de niños, poetas, artistas y animales
ucranianos, así como también se aprecia la compañía de personajes tan
literarios como aquellos bueyes que adoran la revolución al son del sonido
lúgubre que pueden producir los violines y los chelos rusos, los cuales se niegan
a abandonar los alrededores de la planta nuclear de la antigua Unión Soviética,
más conocida como la planta de Chernóbil; haciendo esto que toda la historia se
sienta tan real como aquel extraño video que impulso al personaje a querer
seguir adelante con su búsqueda de aquellas huellas familiares que por más que
produzcan rabias e impotencia, y a la vez solo se conozcan a través de relatos
que suelen ser fraccionados y hasta inventados, se siente la necesidad de
apreciarlas con los propios ojos.
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